30/4/09

No se abren las aguas para el mortal errante.


El crudo ahínco que
tomé en mamadera.
Había flores en el jardín,
Se asomaban a mi altura,
Estrechas y abultadas.
El vaivén del paso corto
Desesperaba mi pánico.


Había un monstruo que se salía por debajo de la cama.


Gritaba a dos voces que alguien
Se hacía gotas en el fuego.
No pude flotar más allá del chillido
Y sus matices agudos.
Les daba la mano y se las pintaba de colores.
Mientras cuatro ojos débiles
Me sugerían golosinas que alimentaran
Alguna laguna donde sea posible reír.
El terror no es exagerado,


No podía dejar los juguetes tirados.


La sensibilidad en los dientes es posterior.
Como un insecto bajo una piedra.
Contraída en volumen por el correr degenerado.
Y me volví sorda, como un flamenco
Que esconde el cuello, se llena los oídos de agua.
Los venenos de hoy en día, que se hacían púrpuras
En medio del río, en medio del barro endurecido.
Los dientes obtusos bendicen mi cárcel.
Los perros ladran más fuertes de noche,
Las arcadas son menos sonoras y saben mejor.

De improvisto me volví queja,
Aguda y perpetua, paciente y certera.
En medio de la sopa de tábulas rasas,
Combatí el desecho y pagué con piel.

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