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¿Cómo no vuela el mal aliento
Que este costillar torpe
Se encarga de guardar?
Cuando condenado se nubla
Afirma las trabas
De las malas arañas.
Y tus mundos,
Núcleos de alma
Son puro cielo.
Tres gracias
con reverencias.
Nunca fue tesoro mío,
Tan a libres tintas,
Alguien que se encargue,
Con cotidiano desvelo,
De criar mis sonrisas.
Magnánimo festín para mis ansias de infante con calores. No puedo esconder bajo ninguna solapa el latir de inercia precoz que el corazón, el mismo de los añejos cuentos de hadas, lanza a carreras estruendosas. Siento el vientre contraído, anulados los pies, lamentando un lamento de ayunas de sangre. Pálido manjar de los tendones lánguidos, reino azucarado de las manchas caóticas que son sombra. Los pliegues de la ropa se pasean, zócalo a zócalo, frente a mi desalmada presencia inerte, que sin ingenio digno de doncella hábil en cacería, se estremece como un espantapájaros cuando el viento lo mira a los ojos cocidos. De bronce y nácar, un terciopelo aletargado, que esconde los dedos, acérrimo centauro de mis pieles, blandiendo espadas que rozan los nervios agudos de la mandíbula. Levantando el brazo, como un ala por sobre tan densa y pobre concentración de oxígeno, puede construir el mismísimo paraíso, de arcados pasillos y hojas de transparentes árboles. Una concentración deliberada de espantosos pecados, que sin eje se las arreglan para rodar los segundos abstraídos del viaje bailable de la voz simpática, omnipresente y sedada en mieles, que a lo largo de tales libidos se esparce. Categoría mayor de mis más deshonrosos pensamientos que corren, como mares, cubiertos de espuma desordenada y catástrofes respiratorias. Negligencia naciente de mi mas obtuso inconsciente, del rincón mas aislado de la discreción de este yo exterior, con las mejillas coloradas. Aplásteme continuado con su paso, que en el momento de la cercanía que da la mano al aroma, se estremece entera la columna, curvándose en secciones cortas y veloces y de gran ahínco.
Y ni sueñes que te voy a mirar a los ojos...